Siempre que algo termina, surgen en nuestro corazón diversos sentimientos.
Sentimientos encontrados y hasta contradictorios. Y eso es lo que le da a estos
momentos ese sabor tan especial.
En este caso, nos encontramos, por
un lado, con sentimientos de alegría por haber logrado finalizar una etapa
más en nuestra vida. Por finalizar un año que ha sido una oportunidad que Dios
nos ha presentado para ir creciendo en el bien y en la bondad. Sentimos alegría
por haber alcanzado algunas metas que nos habíamos propuesto. Sentimos alegría
por el bien que hemos recibido y todo lo bueno que hemos podido hacer a los
demás.
Pero también sentimos
cierta nostalgia por el tiempo que ha pasado. Por los momentos
felices que hemos vivido. Por las penas que hemos pasado. Por todos aquellos
que nos han dejado o están viviendo lejos de nosotros. Por tantas cosas que
tenemos que dejar y que han formado parte de nuestra vida. Llena también
nuestro corazón, un sentimiento de remordimiento, por todo lo que pudimos hacer
y por nuestra dejadez o por descuido no lo hicimos.
Para algunos, el año que termina ha sido un año desperdiciado inútilmente. Para otros, este año que termina fue el
año del reencuentro con Dios. Con su Amor y con su Misericordia. Unos han encontrado el verdadero
sentido y han vuelto al camino del que nunca debían haberse alejado. Pero, para
otros, ha sido un año en el que fe
se ha enfriado, el amor a Dios se ha obscurecido. Ha sido un año en el que dejaron
a un lado todo aquello que les acercaba a Dios y se alejaron del camino por
donde Él los llamaba.
Sin embargo, a pesar de todos esos sentimientos que llenan nuestro corazón,
el año se termina y no podemos quedarnos mirando hacia atrás. Lo que ya pasó, pasó y las cosas no se
pueden remediar con suspiros o con lágrimas.
Por eso es que necesitamos lanzar nuestra mirada al año que va a comenzar.
Pero no debe ser una mirada de miedo ni de temor. Sino una mirada de optimismo
y de esperanza. Dios nos concede la vida para que podamos enmendar todo aquello
que no está bien y para que mejoremos lo bueno que hemos hecho.
Hemos de mirar el año que se nos presenta, como una nueva oportunidad que
Dios nos ofrece para reorientar nuestros caminos y para darle a nuestra vida,
personal, familiar y comunitaria, su verdadero sentido.
Hay muchos que se
preguntan...; ¿qué nos traerá este año? Yo les diría
que este año no trae nada. Un año es simplemente un poco de tiempo que se pone
en nuestras manos para que nosotros lo aprovechemos de la mejor manera posible.
Por eso es que hemos de decir que el año nuevo será lo que nosotros hagamos de
él. Es nuestra responsabilidad personal.
Es cierto que sucederán muchas cosas, agradables, dolorosas, molestas,
maravillosas. Pero todo eso no es bueno ni malo en sí mismo. Todo dependerá de
cómo nosotros sepamos aprovecharlo. Todo lo que nos pueda suceder, será
solamente una oportunidad para amar y para servir mejor a Dios.
Porque, el uno de enero, da lugar al dos y, el dos de enero al
tres… y así sucesivamente. ¿Dónde
quedarán los buenos deseos? ¿Tal vez en meras aspiraciones de unas horas de
euforia? Desconocemos lo qué va acontecer en este año 2017. Lo que sí sabemos
es con quién podemos caminar y contar: con Dios, con Jesús, con el Espíritu y…
con María.
Hay algunas actitudes
que nos pueden iluminar a lo largo de este año. La primera de estas actitudes es la actitud de la Fe, tenemos que
aprender a ver los acontecimientos desde la mirada de Dios. La mirada de Fe
sobre los acontecimientos de nuestra vida, nos ayudará a confiar plenamente en
Dios y a no desesperarnos.
Otra de las actitudes es la obediencia
plena y total a Dios. Si nosotros
queremos que este año esté lleno de las bendiciones de Dios, tratemos de vivir
haciendo siempre su voluntad. Hagamos lo
que Dios nos pide y nos vamos a dar cuenta de que en esa misma medida van a
florecer nuestros caminos.
Comencemos este año con esperanza y fraternidad. Hagamos un
esfuerzo sincero y valiente, que podamos vivir este año en unidad y paz. No
respondamos al mal con el mal, sino superemos el mal haciendo el bien, amando a
todos, incluso a nuestros enemigos, tal como se nos manda en el Evangelio.
¡DIOS
OS PROTEJA! ¡FELIZ AÑO CON DIOS! A todos FELIZ AÑO NUEVO.
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